El Legado de un Mentor

Si hacemos un recuento de las personas que crecieron sin una figura paterna, nos vamos a quedar sorprendidos de la cantidad de personas a nuestro alrededor que han sufrido por la falta de papá.

“En México, según el Censo de Población y Vivienda 2010, el padre está ausente en cuatro de cada 10 hogares y, en total, en 11.4 millones de hogares falta el padre. A su vez, una encuesta de Trabajando.com indica que 53 por ciento de los mexicanos considera que su padre estuvo ausente en su niñez por motivos laborales.”

“En Guatemala, al menos 22 de cada cien hogares guatemaltecos no celebrarán el Día del Padre, debido a la ausencia de quien tradicionalmente es cabeza de familia.  Las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) del 2002 —las más recientes— reflejan que más de medio millón de familias están bajo la administración de la mujer.”

A mí me tocó vivir la falta de papá y considero que esta situación afecta en el desarrollo de nuestras habilidades y nos hace sentir muchas veces que no valemos lo suficiente y necesitamos reafirmación.

Por lo tanto es necesario encontrar la figura de un guía, un ejemplo, una persona que se preocupe por nosotros o un mentor que sea parte de la vida de cada uno, que nos discipule, que nos apunte a Cristo, que nos moldee el evangelio y nos muestre el amor del Señor; independientemente si hemos sufrido o no por esta situación.

La historia del barbero

Hace algunos años conocí a un barbero, un joven con mucha habilidad para su trabajo y le pregunté cómo había aprendido a ser barbero.  Él me contó que cuando tenía 11 años vino del interior del país sin hablar español, sin tener a nadie, totalmente solo en un lugar desconocido (la ciudad de Guatemala). La provisión del Señor lo puso delante de una persona que lo ayudó sin conocerlo, le dio donde dormir, lo alimentó y lo ayudó a conseguir una carreta de helados para vender y sostenerse.  En su recorrido vendiendo helados siempre pasaba frente a una barbería, hasta que un día el barbero le preguntó si quería aprender a cortar pelo, él un poco renuente aceptó sin saber que esto cambiaría su vida para siempre. El barbero con amor y paciencia le enseñó su oficio.

Hoy ese muchacho ha enseñado el oficio de barbero a por lo menos 4 jóvenes más, uno de ellos emigró a Estados Unidos y tiene una barbería en Chicago. Este joven casado y con dos hijos me decía: “Yo vine descalzo a Guatemala pero hoy mis hijos tienen zapatos, comida y ropa gracias a mi trabajo”. Y esto a raíz de un barbero que se interesó y le enseñó su oficio.   Alguien que se preocupó por un muchacho, no supo hasta dónde está llegando su enseñanza.

La providencia divina

En mi experiencia, cuando mi papá se fue, tuve una familia que estuvo pendiente de mí en esos momentos difíciles de mi juventud, esta familia se preocupaba por mí, me llevaba junto con su hijo a nuestras actividades del colegio, me apoyaba con llevarme al doctor, me llevaba a la iglesia y me invitaba a su casa a compartir una cena familiar. Esos momentos marcaron mi vida.

Por gracia el Señor puede redimir situaciones dolorosas como el abandono y usar nuestra debilidad y quebranto para Su propósito eterno.  Dios nos ayuda a madurar, a afrontar la vida y a buscar salir adelante, además puede proveer familia espiritual y un mentor que nos acompañe en este proceso.  Eso puede hacer una gran diferencia.

Por lo tanto, alcemos nuestra mirada, ya no pensemos tanto en nosotros mismos, en nuestra comodidad, ya no pongamos el “yo” en primer lugar. Si el Señor te ha sacado adelante, te ha provisto de una familia o un trabajo estable, puedes dar por gracia lo que de gracia has recibido (Mateo 10:8). Busca a una persona, ya sea un niño, joven, adulto o anciano, que pueda necesitar de tu compañía, ayuda o consejos.

Hay mucha necesidad

¡Hay tanta necesidad por todas partes! El mundo está lleno de personas solas y olvidadas. A nuestro alrededor tenemos casas hogar con niños sin familia que necesitan una familia (o una persona) que los acompañe, con una visita mensual, una llamada o con tus oraciones; incluso en cosas tan pequeñas como acompañarlos a su graduación de sexto primaria o hacerles porras en un partido de fútbol. Hay ancianos que viven en asilos dejados en el olvido deseando tener alguien a quién contar su historia, simplemente quien los acompañe. Hay madres solteras necesitadas de alguien que las ayude con alguna compra o con un mandado.

O a lo mejor tú eres quien se siente solo y que no tiene a nadie, puedes también buscar a alguien para que pueda ser tu mentor, para eso sirve la comunidad y la Iglesia. El Señor sabe cuál es tu necesidad y prometió no dejarte solo.  Acércate a una iglesia bíblica, a una comunidad sana y pide ayuda.

Ser mentoreado y ser un mentor han sido las cosas más gratificantes que he recibido, muchas veces no nos damos cuenta de hasta dónde llega lo que hemos sembrado en una persona; ya que el Señor puede usar lo que sembramos y  multiplicarlo en otros.

Todo lo que hemos recibido es del Señor y solamente somos mayordomos para bendecir a los demás. 

¿Hasta dónde quieres llegar tú? ¿Quieres reflejar el evangelio y la generosidad de Cristo a otras personas?

Entonces el Rey dirá a los de Su derecha: “Vengan, benditos de Mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a Mí”. Entonces los justos le responderán, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como extranjero y te recibimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a Ti?”.  El Rey les responderá: “En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos Míos, aun a los más pequeños, a Mí lo hicieron”  Mateo 25:34-40 NBLA

Fredy Meléndez

El Señor me rescató y me sostiene por gracia. Soy empresario y sirvo al Señor como voluntario en Liga de Vida Nueva junto a mi esposa Carola, y a mis hijos José Daniel y Ana Rebeca.

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